¡Cuidado con los escépticos!

rodin_el_pensador

El diccionario de la RAE nos dice que el escéptico[1] es el que profesa el escepticismo, concepto que tiene dos significados:

  • Desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo, o
  • Doctrina de ciertos filósofos antiguos y modernos que consiste en afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla.

Coloquialmente, decimos que somos “escépticos” cuando –ante una afirmación o propuesta determinada– mostramos cierto grado de duda o reticencia, porque lo que nos llega simplemente no nos convence, no creemos que sea verdadero o válido. De alguna manera, en la práctica, el escéptico mantiene una rígida actitud racional y crítica ante el mundo que le rodea, evitando caer en la actitud contraria, que sería la del creyente, aquel que se supone que no piensa ni razona lo que le llega a su cerebro. Esto es, mientras el escéptico procesa y valida la información, el creyente actúa como un mero receptor o almacén de datos. Así, el creyente da por buena cualquier nueva información, la asimila y la hace suya sin oponer el más mínimo atisbo de crítica o duda, siempre que –lógicamente– no rompa su visión del mundo. Por supuesto, esta asimilación es mucho más fácil si la información recibida proviene de personas a las que se considera “superiores” (en conocimiento, experiencia, cualificación…) o que sencillamente le inspiran confianza o seguridad por los motivos que sean.

No hay que ser muy listo para darse cuenta de que ésta fue precisamente la razón por la cual las creencias religiosas se extendieron como una verdad indiscutible durante milenios en todas las culturas, al ser considerada la casta sacerdotal un intermediario directo de la propia divinidad, y –por supuesto– no podía ponerse en duda la palabra o los designios de Dios. En ese contexto, no podía existir ningún escepticismo o crítica a la ciencia divina, porque el saber ya estaba conformado y no admitía oposición a las creencias establecidas. Por eso, personalidades científicas como Giordano Bruno fueron llevadas a la hoguera. Naturalmente, ahora nos podríamos preguntar si la práctica totalidad de la población no es en realidad creyente en una compleja ciencia que no comprende y que acepta por un puro acto de fe. Esto enlazaría con el controvertido debate que han presentado algunos científicos sobre el carácter de creencia de gran parte de la ciencia empírica contemporánea, pero adentrarnos en este punto nos llevaría por otros derroteros.

En todo caso, llegados a los tiempos más modernos, el concepto de escéptico ha derivado hacia una acepción más concreta, que está relacionada con la ciencia y la forma de conocer el universo. En efecto, hoy el escéptico no es exactamente una “persona que duda” o alguien que se cuestiona nuestra capacidad de conocer realmente el universo. El escéptico –a veces calificado de experto– que aparece en Internet, en los medios de comunicación, o en los ambientes educativos, sociales o científicos, es más bien un defensor a ultranza de la ciencia establecida, que procura por todos los medios desenmascarar o desacreditar a todos aquellos que, a su juicio, quieren vendernos mitos, patrañas, creencias, mera charlatanería o pseudociencia en general.

Para el escéptico, que suele ser una persona con cierta formación científica superior (aunque no siempre), la ciencia es el único medio para obtener conocimiento objetivo, y es además un sistema autocorrectivo que aplica los métodos empíricos adecuados para probar las teorías y sustentarlas o descartarlas en función de los resultados de la experimentación realizada. Obviamente, todo lo que se sale de ese marco no tiene credibilidad ni garantía, y puede constituir un engaño o, cuando menos, un error. De este modo, el escéptico se ve en la obligación moral de trasmitir a la sociedad la verdad y el rigor de la ciencia bien hecha frente a los farsantes que proliferan en la cultura de masas y, sobre todo, en Internet.

saganPero… ¿de dónde salió ese ímpetu por arremeter contra la supuesta pseudociencia? El célebre y mediático astrofísico estadounidense Carl Sagan ya mencionó una causa: la tremenda rapidez y complejidad de los avances de la ciencia y la tecnología a lo largo del siglo XX. En consecuencia, y pese a los esfuerzos divulgativos, la población en general perdió la capacidad de seguir los múltiples cambios y novedades en la ciencia. Y lo que es más, incluso los propios expertos, vista la creciente hiperespecialización de la ciencia, se quedaron recluidos en sus respectivas disciplinas específicas, incapaces de comprender correctamente los entresijos de una disciplina próxima. Ante este panorama, Sagan creyó que era preciso establecer algún mecanismo de control ante el auge de las pseudociencias y por ello fue uno de los impulsores del Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal (“Comité para la investigación científica de las propuestas del ámbito de lo paranormal”), institución que todavía funciona bajo el nombre de CSI (Committee for the Scientific Inquiry).

Por otro lado, aparte de la ignorancia y la credulidad, para los escépticos también resulta muy dañina la presencia del saber irracional o intuitivo, que se opone al saber empírico establecido y que vendría a ser una especie de inconsciente colectivo global que todavía se nutre de la leyenda y del mito para tratar de explicar el mundo que nos rodea. De igual modo, el escepticismo condena lo que sería una cierta ciencia natural, a menudo basada en la simple experiencia práctica repetida a lo largo de los siglos, y que se enmarca en la llamada “tradición”, aquello que las gentes han heredado culturalmente durante generaciones. En suma, para los escépticos se trata de creencias sin ningún fundamento que deben ser superadas por el conocimiento científico, aunque admiten que no son fáciles de eliminar porque están muy ancladas en la psique humana.

Así, por ejemplo, el propio Sagan explicaba el éxito popular de la creencia en ovnis y alienígenas a partir de la antigua creencia en seres sobrenaturales (o sea, la religión), lo que sería una mera “modernización” del mito y la superstición:

“El interés mostrado por los ovnis y los astronautas antiguos parece derivar, al menos en parte, de necesidades religiosas insatisfechas. Pon lo general, los extraterrestres son descritos como seres sabios, poderosos, llenos de bondad, con aspecto humano y frecuentemente arropados con largas túnicas blancas. Son, pues, muy parecidos a dioses o ángeles que, más que del cielo, vienen de otros planetas, y en lugar de alas usan vehículos espaciales. El barniz pseudocientífico de la descripción es muy escaso, pero sus antecedentes teológicos son obvios. En la mayoría de los casos los supuestos astronautas antiguos y tripulantes de ovnis son deidades escasamente disfrazadas y modernizadas, deidades fácilmente reconocibles. Un informe británico reciente sobre el tema llega incluso a señalar que es mayor el número de personas que creen en la existencia de visitantes extraterrestres que en la de Dios.”[2]

Sea como fuere, y a pesar de que la gran mayoría de la población –especialmente en Occidente– ha recibido al menos una educación básica, el ciudadano medio carece de los mínimos criterios para evaluar adecuadamente las miles de propuestas que corren por ahí con la supuesta etiqueta de calidad y al final acaba sucumbiendo a lo que le resulta más familiar, más creíble o más atractivo… aunque en realidad lo que suele incorporar a su mente como “válido” es todo el bagaje que ha heredado de su educación escolar o superior y del constante bombardeo mediático por parte de las autoridades (científicas o políticas).

el-nombre-de-la-rosaSin embargo, las cosas no son tan simples ni tan perfectas, pues por alguna razón u otra la búsqueda u obtención del conocimiento nunca ha sido una cuestión “neutra”, y ya desde tiempos antiguos se ha procurado que la visión del mundo se ajustara a ciertos patrones y que las cosas se vieran desde un ángulo determinado. Y todo lo que desafiara esa estabilidad era intrínsecamente peligroso. Véase como magnífico ejemplo de esto la situación creada en la famosa novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, en la que el personaje de Jorge de Burgos, un viejo monje apegado a la doctrina más rígida, insiste tercamente en que no hay “nuevo conocimiento” sino “eterna recapitulación”. Naturalmente, como ya sabemos, la defensa de ese saber estipulado y derivado del dogma religioso hace que el monje urda una trama de asesinatos –alrededor de un libro prohibido– para evitar que un determinado conocimiento llegue a los hombres letrados y les haga perder el miedo (al mandato divino)[3].

En cambio, frente a este monolitismo y autoritarismo intelectual, vemos que el personaje de Guillermo de Baskerville, si bien no está exento de cierta soberbia, se muestra racional, abierto, dubitativo y buscador de la verdad, lo cual le lleva al análisis de las cuestiones sin prejuicios, pasando por encima incluso de las “verdades absolutas de las escrituras”, y admitiendo –en su contexto vital– que no es Dios el que falla sino los hombres. Así pues, siguiendo el ejemplo de este monje que busca el saber con rigor y apertura de miras, hemos de reconocer que el mantenimiento de un espíritu científico o crítico a la hora de estudiar el mundo que nos rodea es algo saludable y del todo necesario.

En efecto, ser crítico y buscar problemas o pegas al conocimiento que se quiere dar por bueno es una sana postura de todo científico o persona que persigue la verdad. La duda y la no aceptación de los dogmas son los factores que han permitido avanzar el conocimiento en todos los órdenes, porque de otro modo hubiera sido imposible explorar nuestro entorno si lo que se nos da ya no admite duda, discusión o crítica. Por tanto, podríamos concluir que la función del buen escéptico debería ser muy útil a la hora de destapar los fraudes, las meras especulaciones, las argumentaciones sin pies ni cabeza, o cualquier tipo de pensamiento deficiente que nos quiere dar gato por liebre.

thomaskhunNo obstante, y a pesar de que podría parecer lo contrario, el escepticismo moderno se ha convertido en algo bastante más próximo a la postura del anciano monje, que defiende el paradigma por encima de todas las cosas y rechaza cualquier objeción que no encaje con el modelo establecido. Así, en un mundo ideal, podríamos decir que el escéptico aplicaría su escepticismo ante todo, incluido el pensamiento y el paradigma imperante, pero la realidad es que el escepticismo –en la gran mayoría de ocasiones– se vuelca sólo hacia un lado de la balanza, que casualmente es el de las propuestas heterodoxas que desafían la ciencia normal, usando la terminología del filósofo de la ciencia Thomas Khun[4].

De este modo, el escéptico del mundo actual se ha instalado en una posición de superioridad e inmovilismo basada en el prestigio y poder absoluto del la ciencia actual, que ha llegado a convertirse en una especie de nueva religión: es el llamado “cientifismo”. Esto hace que multitud de propuestas, teorías y formas de pensamiento que no encajan en los patrones del paradigma sean duramente criticados, sobre todo las que van más allá del enfoque materialista-reduccionista. Así, no es de extrañar que todo el ámbito de lo paranormal o lo anómalo haya recibido los golpes más duros por parte de los escépticos, al considerar que toda esa investigación no es más que pura superstición o creencia, y que sólo persigue un inconfesable propósito de negocio a costa de la credulidad de la gente.

conspiracy_theoriesAdemás, en los últimos tiempos el escepticismo se ha quitado la careta de árbitro del saber y ha pasado directamente a la ofensiva, emprendiendo auténticas cruzadas intelectuales contra los creyentes en Dios, los defensores de las teorías conspirativas, los revisionistas de cualquier verdad absoluta (el Holocausto, el SIDA, el cambio climático), los que cuestionan el evolucionismo, etc. Y vista la vehemencia y contundencia de estas campañas, da la impresión de que más que un intento de marcar caminos científicos, esta maniobra más se asemeja a una estrategia de uniformización ideológica a gran escala, camuflada en forma de servicio público para desterrar a los indeseables que se oponen la ciencia oficial (sustentada lógicamente por el establishment político y económico). Así, no es de extrañar que estas personas practiquen con demasiada frecuencia la crítica destructiva y el adoctrinamiento, aunque sea con buenas palabras y complejas argumentaciones, que por sí solas no les hace ser más creíbles ni más honrados científicamente.

En definitiva, este escepticismo, en vez de investigar, razonar y buscar la verdad de los hechos sin ningún prejuicio, se ha refugiado en los conceptos aceptados y reconocidos por la ciencia (a veces simplemente apelando al sano juicio o al sentido común de las personas) y se ha limitado a echar balones fuera o a despotricar contra todo aquel que realiza afirmaciones “demasiado audaces”. Así, en la práctica, esos escépticos sólo quieren tapar bocas y mantener el statu quo, empleando estrategias de todo tipo, desde el menosprecio al ridículo, y llegando al ataque despiadado en toda regla cuando el caso así lo requiere.

Lamentablemente, volviendo a El nombre de la rosa, se da un paralelismo evidente con la antigua institución de la Inquisición, creada supuestamente para interpretar correctamente las escrituras y orientar a los fieles (lo que defendía de buena fe Guillermo de Baskerville) pero que fue pervertida rápidamente por los poderes religiosos y políticos para la persecución y castigo implacable de herejes… léase todo tipo de enemigos de las autoridades, sobre todo aquellos que propagaban mensajes o ideologías contrarias al orden impuesto.

Por consiguiente, que nadie se sienta impresionado porque tal o cual experto arremeta contra ciertas propuestas heterodoxas y minoritarias, porque –como dijo Gandhi– “la verdad sigue siendo la verdad aunque la defienda una sola persona”. Obviamente, luego es responsabilidad de cada persona indagar, contrastar y extraer su propia conclusión, y desde luego eso no es tarea sencilla, pero no hay otro camino. No obstante, mucho me temo que en los oscuros tiempos en que vivimos, en los que la mentira, la tergiversación y el dogmatismo son encumbrados y protegidos, los buscadores de la verdad no lo tienen nada fácil.

© Xavier Bartlett 2016

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Originalmente, en griego, el skeptikós era una persona pensativa o reflexiva

[2] SAGAN, C. El cerebro de Broca. Ed. Grijalbo, 1984.

[3] En realidad, según nos narra Eco, el anciano Jorge reconoce el valor de ese saber y lo tiene en gran alta estima, porque es del Filósofo (Aristóteles), y su rechazo a que sea conocido se fundamenta simplemente en una posición de poder o control sobre los hombres. El conocimiento es poder, como es bien sabido.

[4] Khun fue un filósofo de la ciencia que, en su obra capital The Structure of Scientific Revolutions, mencionó la existencia de una “ciencia normal”, que es la que permite afrontar y resolver cualquier incógnita dentro del paradigma, esto es, el marco conceptual científico imperante en una época determinada, fruto de un amplio consenso sobre la terminología, los métodos y la experimentación. Pero cuando aparecen anomalías o fenómenos inexplicables, la ciencia normal tiende a ignorarlos o a encajarlos a la fuerza en el paradigma, e incluso los llega a calificar de “errores de observación” si no sabe cómo abordarlos o refutarlos. Con el tiempo, si las anomalías triunfan, la ciencia normal es sustituida por una “ciencia revolucionaria”, ya bajo el amparo de un nuevo paradigma.


5 respuestas a “¡Cuidado con los escépticos!

  1. Pues efectivamente se presentan como adalides de la verdad, pero solo son, en el mejor de los casos, científicos de tercera que ante su fracaso profesional se dedican a «desenmascarar» fraudes evidentes que a mi personalmente me resultan insultantes, pues parecen dar a entender que hacen falta ellos para llegar a conclusiones tan evidentes, unas veces o sin sentido en otras.

    El que se centren en ciencia ya no es cierto, pues como buenos mamporreros del sistema, defienden cualquier tema que atente contra este, ya sea científico, político, moral, filosófico… entienden de todo, jejeje.

    Algo en lo que no estoy de acuerdo (quizás lo único) es el porqué la religión se ha impuesto durante tanto tiempo en tantos sitios (en todos), para mi la religión es parte de algo que inconscientemente sabemos todos, el problema es que es utilizado por unos pocos en su beneficio, pero sin un origen real no sería posible que existiera del modo en que lo hace.

    Un saludo.

    PD: En mi paginilla he hablado precisamente ahora de ellos, creo que el vídeo que pongo los delata completamente, pero por fortuna existen muchas páginas que se dedican a desenmascarar a estos farsantes, como hay muchos científicos que lo hacen con lo que no es ciencia, pero es oficial, cosa que estos personajes también defienden.

    1. Gracias Piedra

      Bueno, el escepticismo genuino para mí tiene que ver con el conocimiento y la ciencia; lo otro que comentas sería una especie de «comentaristas», como los tertulianos y expertos que salen en los medios para despotricar contra todo lo que convenga. Y aunque en España hay más bien escépticos de 3ª o 4ª división (que no todos), en el mundo anglosajón hay científicos de cierto nivel ejerciendo de escépticos, pero son la minoría. Lo más habitual es que el trabajo de perro guardián se reserve a gentes con dotes para escribir bien y manipular mejor, que muchas veces ni siquiera son especialistas del tema que están criticando.

      Hay casos insultantes de esto, como el de Jason Colavito (recomiendo ver su web) que carga contra la arqueología alternativa y contra cualquier ciencia alternativa con un estilo artero y manipulador; también hay que ver que detrás de muchos de estos críticos hay instituciones que no son precisamente «neutrales».

      Finalmente, sobre la religión, creo que lo innato en nosotros es la espirtualidad; para mí la religión es un montaje que no se podía criticar y que obviamente es muy útil para manipular mentes. Lo que ocurre es que actualmente, cargando contra la gente religiosa de buena fe, se quiere detruir la espiritualidad y sustituirla por el ateísmo/evolucionismo (léase la ciencia materialista y egoica).

      Un saludo,
      X.

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