La maldición de la damnatio memoriae

Commodus
Busto del emperador Cómodo Antonino

Hará poco más de 1.800 años, el emperador Cómodo Antonino fue asesinado por un liberto, después de muchos años de un reinado impío, lleno de maldades y excesos. Automáticamente, sus estatuas y monumentos fueron derribados y sus inscripciones borradas, bajo la aplicación –por parte del Senado– de la llamada damnatio memoriae. Esta costumbre política, que más o menos se puede traducir como “condena a la memoria (o de la memoria)”, fue impuesta a varios emperadores y personajes destacados romanos, a fin de que su nombre, su obra y su recuerdo quedasen completamente erradicados de la sociedad y no fuesen evocados –ni mucho menos reivindicados– en el futuro, en justo castigo a su trayectoria de maldad y oprobio.

Pero la damnatio memoriae no fue en realidad un invento de los romanos. Ya en el antiguo Egipto se practicó a conciencia, con dos casos muy conocidos: la reina-faraón Hatsepshut y el faraón Akenatón, ambos de la dinastía XVIII. La primera fue objeto de una persecución implacable a cargo de su sucesor (y sobrino) Tutmosis III, que borró su nombre de monumentos y de registros escritos. A su vez, Akenatón quiso llevar a cabo una revolución política, social y religiosa basada en la creencia atonista y no dudó en eliminar las representaciones y nombres de dioses de los templos politeístas. Sin embargo, los “anti-revolucionarios” le pagaron con la misma moneda cuando cayó el faraón, pues se dedicaron a borrar concienzudamente las inscripciones e imágenes referentes al faraón hereje y a su dios Atón. Ojo por ojo y diente por diente.

Si saltamos en el tiempo, cabe citar que en la civilizada Europa de la Edad Moderna no faltó el revanchismo y el ánimo de destruir la memoria y reputación de un dirigente, hasta el punto de profanar su tumba y restos mortales, como fue el caso de Oliver Cromwell en la Inglaterra del siglo XVII. Cromwell había encabezado la oposición parlamentarista contra el rey Carlos I, que derivó en una sangrienta guerra civil. Los parlamentaristas la ganaron y el rey fue apresado, juzgado y decapitado en 1649. Cromwell se hizo con el máximo poder con el título de Lord Protector de la República. Sin embargo, tras su muerte en 1658, el régimen republicano no se pudo sostener y en 1660 se restauró la monarquía en Inglaterra. A los monárquicos les faltó tiempo para exhumar su cadáver de la abadía de Westminster y someterlo a ejecución póstuma. Así, el cadáver fue decapitado y sus restos fueron expuestos al escarnio público durante un tiempo, mientras la cabeza estuvo clavada en una pica durante más de 20 años. Al final, sus huesos fueron a parar a una fosa.

Stalin
Iosif Stalin

Pero no crean que esta conducta de castigo post-mortem o eliminación de la memoria por la vía expeditiva es propia de épocas antiguas. En el siglo XX, el dictador Stalin se encargó de que la historia de la URSS se rescribiera según avanzaban los acontecimientos políticos y se cuidó de eliminar de los libros e incluso de las fotografías a los traidores o indeseables que él mismo había mandado purgar o asesinar[1]. Y a Stalin incluso le han salido alumnos muy recientes, pues apenas hace un año el gobierno autonómico catalán que declaró unilateralmente la independencia del país se preocupó rápidamente de borrar de la foto oficial –mediante el moderno Photoshop– a Santi Vila, el único conseller que abandonó el barco antes del naufragio[2].

Y en estas llegamos a un tema candente, que es la enésima vuelta de tuerca de la damnatio memoriae y su intento de borrar la historia, hacer otra nueva e implementar una cierta “justicia histórica”. Lógicamente me refiero al tan traído y llevado asunto del Valle de los Caídos y la tumba del general Franco, que ha provocado agrias polémicas y posiciones encontradas en el ámbito político. A este respecto, me gustaría empezar con unas reflexiones que no son precisamente de este momento sino de hace bastantes años, concretamente de 1983. En ese año el escritor catalán Carlos Fisas, en su libro “Historias de la Historia”, dedicó un breve apartado a la cuestión de la despolitización del Valle de los Caídos y a las opiniones acerca del posible traslado de los restos del dictador y del líder falangista José Antonio Primo de Rivera a otro lugar.

Fisas planteaba en su escrito algunas cosas que son de absoluto sentido común, más allá de cualquier posición ideológica. Si se trasladan los restos mortales a otro cementerio, ese lugar pasará inmediatamente a estar politizado y también podrá ser objeto de peregrinación y de actos de todo tipo para nostálgicos y extremistas. No se puede “trasladar” un pedazo de la historia y pensar que va a desaparecer. Fisas añade que los líderes republicanos de 1931, con buen criterio, no pretendieron despolitizar el monasterio de El Escorial y dejaron en paz a los reyes allí enterrados, Austrias y Borbones, porque formaban parte de la historia del país. Y ello a pesar de que el régimen monárquico de aquellos tiempos podría considerarse absoluto, dictatorial, belicoso, inquisitorial y hasta imperialista, si nos referimos a la conquista y explotación de América. Pero, eso sí, ya les quedaba un poco lejos.

La realidad es que tantos golpes de escoplo y martillo, amparados en esa especie de imperativo moral llamado damnatio memoriae, fueron inútiles, pues los que pretendieron borrar la memoria de los gobernantes anteriores no consiguieron su objetivo. Todos los que fueron condenados a desaparecer se mantuvieron de uno u otro modo en los libros de historia y fueron objeto de posteriores análisis, estudios, ataques y defensas e incluso algunos de ellos fueron “rehabilitados”. En el caso del ya citado Cromwell, en el siglo XIX su figura empezó a ser revisada, valorada y situada en su contexto histórico, hasta tal punto que hoy existe una estatua de Cromwell frente al palacio de Westminster.

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Estatua de Oliver Cromwell, Lord Protector de la República, en el exterior del Palacio de Westminster

Así pues, una cosa es la política –o la ideología– y otra cosa es la historia. Cito textualmente a Fisas:

“Franco, se quiera o no, ha configurado cuarenta años de nuestra historia, historia que no se puede cambiar [la cursiva es mía]. Francisco Franco, el “Caudillo”, o “el anterior jefe del estado”, es una figura histórica y como tal está sujeta, desde luego, a juicios de toda clase. En historia es difícil ser objetivo. […] Con simpatías y antipatías, Franco será analizado y estudiado como una figura histórica benefactora o nefasta para el país. Pero a la historia pertenece y nadie le puede mover de ella.”[3]

A estas alturas, no me cabe ninguna duda de que la historia, al igual que el periodismo (que comparte con ella el propósito de narrar de forma supuestamente objetiva unos hechos), puede ser fácilmente tergiversada, manipulada e instrumentalizada con fines inequívocamente políticos. Y aquí es cuando se confunde el juicio histórico con el juicio político. Vaya por delante que yo no creo en ningún tipo de justicia, porque ella es contraria al amor incondicional, al perdón y a la compasión. Pero por lo menos entiendo que una cierta justicia histórica es útil siempre y cuando sea una revisión veraz y desapasionada de los hechos históricos, y se practique no con el ánimo de poner etiquetas o de demonizar a nadie, sino de conocer toda la verdad y aprender de lo que ha ocurrido, a fin de liberarnos, precisamente, de nuestros demonios.

Desde esta perspectiva, la historia puede tener una cierta justificación o sentido, sin ocultar nada, sacando todo a la luz y observando cuál ha sido la tendencia a lo largo de los siglos. Posiblemente, no tardaremos en observar que la historia de los bandos, de los buenos y malos, no se sostiene por ninguna parte. Es cuestión ser ecuánime y observador, y de evitar en lo posible –cosa no fácil– la carga que suponen los sesgos y los prejuicios o incluso las presiones exteriores. Y ello es aún más complicado por cuanto en el mundo en que vivimos se nos obliga a tomar partido o trinchera, y a vivir en la permanente confrontación y trifulca, incluso en las sociedades mal llamadas democráticas. (Lo digo así porque creo que el pueblo es enajenado, manipulado y tratado como un rebaño al que se adoctrina y controla debidamente.) Y en este punto la historia debería mostrarnos justamente de qué va todo este tinglado y por qué motivo caemos una y otra vez en las mismas desgracias, errores y crueldades desde hace milenios, siendo incapaces de superar los antagonismos pese a que ya sabemos a dónde conducen. Es una oportunidad perdida repetidamente.

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Basílica y cruz del Valle de los Caídos

A este respecto, aplicar una cierta damnatio memoriae a estas alturas con el asunto del Valle de los Caídos no supone ninguna superación del pasado ni ninguna justicia histórica. Se ha vuelto al punto de partida y se ha generado una polémica que no existía. ¿A qué vienen tantas prisas? ¿Por qué ahora –cuando la juventud ya apenas sabe quién fue Franco– la situación es insoportable y hay que actuar a golpe de decreto? ¿No ha habido tiempo suficiente para reflexionar sobre lo acontecido? ¿Por qué se obvió el asunto durante 40 años? ¿Por qué no lo solucionó el presidente González, del PSOE, cuando dispuso de una enorme mayoría parlamentaria y social en 1982? En efecto, más bien parece que ese era un tiro en la recámara que se tenía reservado para este momento.

Lo que empezó en España hace unos años con la Ley de Memoria Histórica y ha continuado con el episodio de la tumba de Franco, no ha sido un intento de aprender de la historia o de fomentar un nuevo espíritu de reconciliación. Antes bien, el objetivo ha sido el de desenterrar literalmente la guerra civil y volver a agitar los odios y las heridas del pasado para crear división y malestar, pues desde los gobiernos socialistas se ha vuelto a un clima de reivindicación –aprovechando los sentimientos de las familias de los represaliados– que ya debería estar más que superado. Porque puestos a hacer “justicia histórico-política” y a desenterrar a los muertos para desalojarlos de sus nobles tumbas, deberíamos hacer una liquidación funeraria con muchísimos dirigentes de todos los países y épocas.

Si nos centramos en el contexto de la guerra civil española, cabe recordar, por ejemplo, que el President de la Generalitat Lluís Companys fue capturado por la GESTAPO en Francia en 1940 y enviado a España donde sufrió un simulacro o farsa de juicio y fue fusilado como destacado líder republicano y “separatista”. Hoy en día, Companys tiene una honorable tumba en el cementerio de Montjuïc (Barcelona), que es motivo de reunión y homenaje cada año a cargo de los políticos nacionalistas catalanes. A nadie le parece esto fuera de lugar, pero –puestos a buscar “justicia”– Companys tuvo en sus manos la pacificación de Barcelona y Cataluña al quedar bajo su mando los militares leales y sobre todo la totalidad de las fuerzas de orden público (Carabineros, Guardias de Asalto y Guardia Civil). Sin embargo, ya fuera por miedo o por convicción, entregó las armas a los grupos revolucionarios y permitió que ejercieran sin cortapisas un régimen de terror y represión durante meses con toda clase de crímenes, torturas, saqueos y ejecuciones extrajudiciales, las cuales se contaron por varios miles. ¿Bastaría eso para que se acabasen los honores o para decirle a la familia Companys que lo saquen de allí y se lleven los restos mortales a su pueblo de origen porque no merecen estar en Barcelona?

Si ahora nos vamos al ámbito internacional en modo justiciero, tendríamos que empezar a revisar seriamente lo que hicieron los grandes estadistas de la era contemporánea, para dilucidar si merecen un buen recuerdo o no. Y aquí quedarían pocos libre de culpa, pues si tomamos por ejemplo al gran emperador Napoleón Bonaparte, hemos de concluir que fue un gran asesino de masas, pues llevó la guerra a toda Europa, desde Portugal a Rusia, causando millones de muertos durante unos 20 años. Y todo ello en nombre de la revolución y de los valores liberales. ¡Qué paradoja que un enemigo declarado del liberalismo como Hitler visitase su tumba en 1940!  Lo cierto es que los restos de Napoleón siguen en su majestuoso mausoleo del palacio de Los Inválidos de París desde hace más de siglo y medio. Y pese a ser un personaje de claro corte imperialista y belicista, que además liquidó la República para convertirse en soberano autoritario, nadie ha sugerido nunca sacarlo de allí.

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Winston Churchill

Y sólo por citar el siglo XX, que no nos queda tan lejos: ¿Qué deberíamos hacer con el muy respetado Sir Winston Churchill, implicado en las dos guerras mundiales y culpable de lanzar a sus conciudadanos a auténticas escabechinas (como el asunto de los Dardanelos en 1915), y no menos culpable de promover el genocidio de cientos de miles de civiles alemanes mediante terroríficos bombardeos indiscriminados entre 1942 y 1945? ¿Y cómo calificar al presidente norteamericano Truman, que a sabiendas de que el Japón ya había aceptado rendirse, mandó llevar a cabo dos bombardeos atómicos sobre la población inocente, causando cientos de miles de muertos? ¿Y qué podríamos decir del general y luego presidente Eisenhower que llevó a la muerte a un millón de prisioneros alemanes tras la guerra al negarles cobijo, alimento y auxilio médico? Todos ellos están en distinguidas tumbas y son recordados en sus países como grandes héroes, cuando en realidad podrían ser considerados culpables de genocidio y de crímenes contra la Humanidad. ¿Los desenterramos también?

Entretanto, en Rusia, el líder soviético Vladimir Ilich Lenin sigue momificado en su solemne mausoleo y nadie ha osado sacarlo de allí, ni siquiera las actuales autoridades, que no son precisamente filo-comunistas. ¿Y acaso no fue Lenin el que dirigió una revolución contra el estado que conllevó una guerra civil que causó varios millones de muertos, entre la represión política, religiosa, social y étnica? Y en China, el líder Mao Zedong sigue enterrado en una tumba destacada, pese a que a sus espaldas carga con al menos 20 millones de muertos. No obstante, tanto en un caso como en otro, debemos reconocer que ambos personajes fueron seguidos por millones de personas y que su obra política marcó profundamente sus países, para bien o para mal. El hecho de exista un monumento o mausoleo “en honor” del dirigente fallecido no cambia las cosas. Es sólo una cuestión de más o menos piedra, a pesar de que algunos quieran ver un valor simbólico en todo ello.

Hablando de piedra, hace unos años, a los dirigentes talibanes radicales de Afganistán no les tembló el pulso para ordenar dinamitar dos grandes estatuas de Buda (los Budas de Bamiyán) que tenían 1.500 años de antigüedad, pues su sola existencia alteraba el orden de su régimen fanático religioso, al ser contrarias a los dictados del Corán. Pero lo único que hicieron fue destruir una obra de arte y cultura del pasado, que era patrimonio de todos los afganos, fuera cual fuera su ideología o religión. Y por supuesto, no consiguieron destruir con ello el budismo. Sólo fue un gran destrozo que sirvió para eliminar el poco prestigio internacional que les quedaba a los talibanes. Además, el recuerdo de tan magna obra no podía ser eliminado, y de hecho ya existen firmes proyectos de restauración.

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Uno de los Budas de Bamiyán, antes y después de su destrucción

Prosigamos. En Alemania ha existido durante décadas un pacto de silencio y crítica sobre el nazismo, con prohibición expresa de mostrar siquiera el más mínimo detalle de su simbología o de realizar juicios de valor que contravengan el discurso oficial establecido. Actualmente, de hecho, existe en Alemania una especie de blindaje o historia en piedra que ofrece una versión única de los hechos y que no permite el debate científico, lo que ha llevado a algunos historiadores revisionistas a la cárcel, como la anciana Ursula Haberveck. No obstante, a pesar de ello y de la acción de la educación durante unos 70 años, se han dado dos fenómenos muy curiosos: por un lado, algunos historiadores alemanes valientes y rigurosos han empezado a mostrar a sus paisanos el horror al que fueron sometidos por los países “libres y democráticos” durante la Guerra Mundial; por otro lado, algunos grupos radicales, xenófobos y neo-nazis han ido ganando cada vez más fuerza. E insisto: eso que no existe el menor rastro de iconografía nazi en el país. En fin, podemos destruir, dinamitar, mutilar, borrar, prohibir todo lo que queramos, pero ello no garantiza que ese supuesto mal desaparezca de la historia.

En verdad, no se puede desmoronar la historia aunque no nos guste, ni explicar de una manera distinta, a sabiendas de que se están tergiversando los hechos. Volviendo al contexto español, es cierto que la objetividad absoluta es una quimera, pero después de décadas de trabajos de historiadores españoles e internacionales, se ha tenido que reconocer que la guerra civil española –y su trágico prólogo en forma de República desquiciada– fue un desastre en que no hubo vencedores ni vencidos. Perdió el país entero, en todas sus tierras y clases sociales, y la represión, la brutalidad y las ejecuciones extrajudiciales estuvieron presentes en ambos bandos. Que se apele al consabido y manoseado “y tú más” es salirse por la tangente.[4]

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Combates en la calle en los primeros días de la Guerra Civil

Así pues, no se puede negar la represión y criminalidad del franquismo durante y después de la guerra, como tampoco la que existió en la República antes y durante la guerra, ejercida por los gobiernos republicanos o por los grupos extremistas o revolucionarios. Y tampoco se puede negar u ocultar que desde 1936 una buena parte de la población española deseaba ansiosamente la victoria de Franco y luego le dio apoyo durante 40 años. Eso de que todo el pueblo estaba con la República y que sólo cuatro obispos, militares, banqueros y terratenientes apoyaban a Franco es simplemente mentira. Pero, a efectos prácticos y malévolamente simplificados, es fácil decir que sólo hubo un golpe militar fascista contra la democrática República. Sin embargo, eso nos quieren hacer creer ahora, fomentando además una visión unilateral y partidista de los hechos acaecidos, utilizando a los muertos de hace 80 años y a sus familiares actuales y apelando una política justiciera, que no va borrar lo que ocurrió en uno y otro lado ni va a devolver a nadie a la vida.

En algunas localidades, empero, entendieron que la memoria era buena para recordar lo que sucedió, pero no con ánimo de hacer ninguna clase de justicia sino de honrar a los muertos de uno y otro lado, y para pasar página, pensando en la concordia y en que nada semejante vuelva a suceder. Por ejemplo, en el pueblo cordobés de Villanueva de Córdoba se erigió en su cementerio un monumento conjunto para las víctimas de ambos bandos, con los nombres de unos al lado de los otros. No podemos retroceder al pasado y cambiar las cosas, pero sí podemos empezar a entender que el pueblo es engañado y manipulado constantemente para producir divisiones y enfrentamientos, de los cuales se nutren y aprovechan los que ejercen el máximo poder. El revanchismo forma parte de esa manipulación y por ello deberíamos desterrarlo de nuestras mentes y corazones.

En fin, la propia historia nos muestra que la maldición de la damnatio memoriae sigue viva. Todo lo que los dirigentes quisieron destruir y ocultar para el recuerdo perduró pese a los más esforzados intentos de aniquilarlo. Franco, pese a todo su poder, no pudo destruir el recuerdo de la República, a la que odió desde el primer día. Y esa es precisamente la espiral diabólica: el odio siempre ha generado más odio, y cuando se apela al odio, vuelven los peores demonios y fantasmas, dando vida a una cadena de rencores y vendettas. Pero si queremos avanzar, en algún momento tendremos que cortar la cadena y dejar ir el lastre que nos hunde en el abismo.

En este sentido, creo que es mejor dejar a los muertos en paz y que reposen allí donde están y si acaso las familias quieren enterrar a sus muertos en otro lugar, que se haga al margen de maniobras políticas. Lo cierto es que apenas nadie iba al Valle de los Caídos con ánimos de montar actos políticos; esa es la realidad. Otra cosa es quizá a determinada gente le pese que Franco ocupara la jefatura del estado durante 40 años y que muriera en la cama, pero así fue, al igual que sucedió con Stalin, sin ir más lejos. La damnatio memoriae no lo podrá borrar.

© Xavier Bartlett 2018

Fuente imágenes: Wikimedia Commons


[1] Existe una famosa foto en la cual Stalin ordenó borrar nada menos que a Trotski, su otrora socio en el poder.

[2] Por cierto, con las prisas lo hicieron tan mal que sólo le cortaron la cabeza, dejando a la vista los pies, si bien no tardaron en subsanar el error.

[3] FISAS, C. Historias de la Historia (I). Planeta-deAgostini. Barcelona, 1983.

[4] Quizá nunca se sepan con exactitud todas las cifras, pero los estudios modernos hablan de unas 130.000 víctimas a cargo de los franquistas (incluidas las de la posguerra) y unas 60.000 a cargo de los republicanos. Estos datos los he tomado de un dossier publicado por la revista La aventura de la historia (n.º 3, 1999), con diversos artículos de reputados historiadores. De todos modos, y según los autores y metodologías empleadas, existe un baile de cifras en que siguen sin ponerse de acuerdo.


4 respuestas a “La maldición de la damnatio memoriae

  1. Como navarro que soy, mi familia ha vivido tres guerras civiles con distinto resultado pero con muertos. Estoy de acuerdo en lo que dice la entrada.

    1. Gracias Pablo

      Poco tengo que añadir. El resultado, en el fondo, es el mismo. El problema es despertar, aprender y corregir, y ahí es donde seguimos en la oscuridad.

      Saludos,
      X.

  2. Lleva ud. toda la razon,en como deberiamos de actuar ante cualquier evento o etapa de la historia,la historia es la que es,nos guste o no nos guste.
    Ahora bien,estas formas pseudopoliticas de entender el pasado,es el resultado de lo que nosotros mismos hemos estado pidiendo a gritos,durante mucho tiempo,pedimos lluvia y ahora llueve a cantaros,lamentarse es ridiculo,buscar solucciones es lo correcto.
    Por eso de la democracia mal conceptuada,y el todo el mundo es muy bueno y muy igual,hemos instalado en los aparatos de direccion y gobierno de una sociedad,a los mas necios e ineptos,cualquier agrafo o analfabeto ignorante de cualquier hecho historico o no historico,tiene el mismo derecho a opinar que un licenciado en historia,y su opinion ante la sociedad,muy amenudo pesa mas que la de cualquier catedratico.
    Los necios han alcanzado su meta,por supuesto sin saberlo,pues un necio ni sabe ni conoce,de intoxicar con desinformacion y mentiras a una sociedad panfila,dormida y muy ignorante.
    Estos nuevos proceres de la cultura,no saben ni hay prevision alguna de que lo quieran saber,es que la Damnatio Memoriae,es un hecho historico sin posibilidad alguna de rebatirse y desconocen por completo que en algunas ocasiones eran peores los que damnatiaban que los damnatiados.
    El personaje de Francisco Franco,forma parte de nuestra historia,lo queramos o no y como ser humano que fue,planean sobre el una dualidad de hechos unos bastante oscuros y otros que lo enaltecen y no es cuestion de acudir al «y tu mas» o «yo menos»,es cuestion de observar los hechos de la historia con imparcialidad,tal como pasaron y verlos desde el mismo angulo,en la misma epoca y perspectiva de quienes los vivieron.
    Yo vivi bajo el regimen Franquista,y puedo hablar de tantos puntos negros,como tambien de tantos puntos blancos,y si matematicamente hago un baremo exponiendo los logros sociales alcanzados en el Franquismo y hago una comparativa con los logros actuales,a lo mejor hay sorpresas sobre lo que algunos ya han aceptado como un hecho cierto sin titubear.
    Lo que yo si tengo claro,es que no soy ningun experto en historia,opino segun la informacion que recibo de varias fuentes,que pueden ser acertadas o erroneas,lo que no se me ocurrira nunca es imponer mi vision escasa e idealizada,sobre la opinion de un doctorado en historia,si no agradecer la informacion y el conocimiento que pueda aportarme y si tengo dudas,preguntar lo que desconozco a quien si lo conoce,nunca mi vision de un hecho historico podra superar el mas minimo conocimiento del que dispone un licenciado o un catedratico de historia,por una simple aplicacion de la logica,y una actitud de humildad y respeto a quien ha dedicado parte de su vida a analizar y profundizar en la materia.

    1. Muchas gracias Alarico

      La verdad es que aprecio mucho sus amables y ponderados comentarios que siempre aportan interesantes reflexiones. Coincido básicamente con lo que expone y poco más he de añadir. Está claro por mi parte que hay mucha ignorancia, mala fe y «trincherismo» y que estamos en manos no sólo de necios sino también de miserables. En realidad, esos miserables nos han dominado a lo largo de los tiempos y han utilizado el relato histórico en su provecho, en todos los países. Sé que soy un poco pesado e insistente, pero no me canso de repetir que la dinámica de la historia es una historia de «malos y malos» con las mismas víctimas en todas partes: el pueblo llano. Por eso les conviene retorcer la historia y emplearla como arma, porque viven del odio y del enfrentamiento. El problema radica en que no somos capaces de leer lo que yo llamo «metahistoria» y que espero que algún día salga a la superficie.

      Y por cierto, cada persona, tenga o no títulos, tiene derecho a buscar la verdad por su cuenta, leer libros, contrastar información y luego extraer su opinión sin que ningún catedrático o político le imponga lo que debe pensar o lo que es la «verdad indiscutible».

      un cordial saludo,
      X.

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